1 de julio de 2007

Deinós como hén


Resumen: El carácter de Antígona en la obra de Sófocles es, a diferencia del de su hermana Ismena, en extremo distinto de lo que por mujer se entiende en el mundo griego hasta ese entonces. Antígona es la cara dura, osada, idealista y práctica, mientras que Ismena es la cara blanda, maleable y dúctil, sumisa y resignada de la mujer en Grecia. Ismena representa la definición del concepto de la mujer tradicional en la Hélade. Para los ojos divinos el actuar de Antígona es piadoso, para los de Creonte (representante de la tiranía caprichosa) es un crimen contra lo que él ha decretado, y por ende, contra la ciudad toda. La visión divina y la visión humana. Estos tres personajes pueden darnos clara referencia de lo que es llamado, en el famoso coro, el carácter deinós del hombre, que es, en el fondo, uno.


En la Antígona de Sófocles, que fue estrenada por allá por el 442 a. C., el autor determina el lugar de los centros humanos y fija su excentricidad con respecto al centro de las relaciones divinas[1], o lo que es lo mismo, efectúa un choque entre la ley divina y la ley humana[2], por lo que la personalidad de los personajes está muy definida, para una clara distinción de las oposiciones que se dan en las obras sofocleas. De ahí que Antígona, Ismena y Creonte, personajes los cuales vamos a tratar en este trabajo, sean tres momentos muy distintos del modo de ser humano. Por un lado Antígona, la hermana, por decirlo así, aguerrida e idealista, por otro, Ismena, la fiel representante de la tradición femenina, y por otro Creonte, la persona que, para nosotros representa la mirada egoísta y orgullosa. Estos tres momentos humanos entran en relación en la obra, no de una manera antagónica, no como si Creonte quisiera matar por maldad a Antígona, o que esta quiera sepultar a Polinices por solo darle dolores de cabeza a Creonte, los personajes se muestran desenvolviendo su personalidad al máximo, cada cual justificando su actuar por sí mismo.

Antígona obra por piedad, por creer piadoso dar sepultura a los muertos, como había sido tradicionalmente, por lo que el sino, “la suerte de la heroína se basa aquí en el conflicto entre las leyes innatas de la piedad, que exigen el sepelio de su hermano Polinices, muerto en el combate, y la orden del soberano que prohíbe la inhumación de aquél, por enemigo de la patria”[3]. O en otras palabras, lo que envuelve, o lo que da vida a la tragedia de Sófocles, es el actuar de Antígona, “que se dispone a enterrar a su hermano muerto, a despecho del edicto de Creonte, su pariente, que le niega todos los ritos fúnebres como castigo a su traición. Por esta desobediencia, Antígona incurre en la pena de muerte”[4]. Con esto parte al acción de la obra, este es el argumento. Luego de esto se comienza a desarrollar la obra. Parte con un Diálogo entre Antígona e Ismena, el cual da a conocer el carácter de la una y el de la otra, el cual nos es expresado en palabras de Bowra:

Comenzamos por sentir que Antígona tiene una devoción excesiva para el muerto y es algo áspera para con su pusilánime hermana. Pero gradualmente se nos va humanizando. Su certidumbre parece vacilar. Acumula razones para justificar su acto, algunas morales, otras de íntima ternura. Al enfrentarse con la muerte, casi pierde el valor y piensa en todo lo que se le va con la vida.[5]


Esto se ve también en la misma obra, la decisión de Antígona y el débil carácter de Ismena, en los versos 42 y siguientes:

Is. ¿Cuál es el peligro? ¿Dónde tienes la cabeza?
An. Si lo levantarás con ésta mano (tomándosela)
Is. ¿Es que piensas enterrarlo, estando prohibido a la ciudad?
An. En efecto, a mi hermano y al tuyo, aunque tú no quieras, pues yo no seré sorprendida traicionándolo.

Este pequeño parlamento, como lo adelantamos, nos da señales de los caracteres mencionados por Bowra, la dureza y aspereza de Antígona y la pusilanimidad de Ismena. Antígona proponiendo con seguridad su idea, idea que no sólo se queda en la mera concepción sino que se hace práctica, en contraste a la meditación reflexiva, y por lo tanto pasividad de Ismena, que le da vueltas al asunto como no queriendo creerlo, y se muestra sobrepasada por la prohibición de Creonte, temerosa, “este contraste origina para nosotros la imagen del héroe sofocleano en la incondicionalidad de su voluntad, para la que lo condicionado, lo reflexivo y lo cómodo no sólo se le antoja una locura, sino que se le aparece como una seducción que debe ser evitada”[6].

Estos caracteres se van tornando y distinguiendo cada vez más hasta el punto en que Antígona llega a decir que bello le es morir haciendo lo que va a hacer, e Ismena llega al punto culmine de su personalidad, a nuestro parecer, cuando habla de que ha nacido mujer. Dejemos, como dice Lesky, que el poeta mismo hable:

…Sino que hace cuantas cosas te parezcan, pero a él yo lo sepultaré. Para mí, que hago esto, bello me es morir. Yaceré amada con él, siendo yo parte del amado, haciendo absolutamente cosas piadosas, puesto que mayor es el tiempo que es necesario que agrade a los que están abajo que a los que están aquí mismo, puesto que yaceré siempre allí.

Esto con respecto a Antígona. Se ve claramente la determinación de esta a seguir su pensar-obrar hasta las últimas consecuencias, es decir, la muerte, que se torna bella por ser motivada por esas cosas piadosas de las que habla. También este pasaje introduce un elemento importante, la consideración de los dioses como más relevante que la de los hombres o de los que están aquí mismo y por ende la aparición de estos contrarios, lo que dicen los hombres y lo que dicen los divinos. Cosa que se tocará en su momento. Por otro lado, Ismena llega a demostrar máximamente su ser en los siguientes versos:

...Pero es necesario que pienses en esto: que hemos nacido mujer, para que no luchemos contra los varones. Y después, por lo cual nosotras somos mandadas por los más poderosos y que es necesario escuchar estas cosas y aún cosas más dolorosas que éstas.


En los que se ve su clara condición de mujer ateniense, oprimida por los más fuertes, por los hombres, la cultura calando muy fuerte en le ser de Ismena. La diferencia de estos dos caracteres es como lo dice Reinhardt, “la de quien depende de lo cotidiano –refiriéndose a Ismena- y la de quien se entrega a lo extremo y definitivo – Antígona-. Lo que una denomina locura la otra lo califica de razón[7] (la acción de Antígona para Ismena, y la actitud de Ismena para Antígona).

La mujer en la Hélade era[8], a grandes rasgos, una especie de bien para el hombre, ella, siendo esposa[9], debía permanecer en la casa, someterse totalmente a lo que diga el hombre, satisfacerlo en todo sentido, cuidar de la herencia. No debía tener contacto con nadie, menos con un hombre, debía obedecer en todo al hombre, como la misma Ismena nos lo muestra, Antígona es para esta visión, rompe esquemas, era impensable el actuar de Antígona entre los helenos. Para hacernos notar un poco la concepción de la mujer, incluso después de la aparición de Antígona en las tablas, podemos ver en Eurípides, específicamente en el Ion, cuando el Viejo dice a Creúsa, “pero ahora tienes que obrar como una mujer valiente: empuña la espada o mata a tu esposo y a su hijo con engaño o con veneno antes de que te alcance a ti la muerte a sus manos”[10], destacando el que las mujeres pueden llegar a matar por venganza[11].

Veamos un poco a Creonte, nos quedaremos sólo con la presentación de Bowra:

Este al principio no es más que el gobernante empeñado en restaurar el orden de una ciudad revuelta. Ahora, el desafío de Antígona revela los peores aspectos de Creonte. Ya no obra por principio, sino por orgullo, desobedeciendo los moderados consejos de su hijo y las graves advertencias del profeta Tiresias[12].


Se nos ofrece con esto la caracterización del personaje Creonte como alguien orgulloso y por esto desobedece los consejos, que intentan aterrizarlo. En la obra, Creonte, para Antígona, ha quebrantado una ley divina, “esta orden del nuevo señor de la ciudad, Creonte, es una injusticia; no aquella injusticia de la naturaleza noble que quiere cumplirse a si misma pero falla en la contextura del conjunto, sino un crimen contra el mandato divino que exige que se dé honra a los muertos”[13].

De las oposiciones que se dan en la Antígona, hay que tratar, sin duda alguna, la del carácter deinós del ser humano, la aparente antítesis entre lo maravilloso o asombroso y lo terrible o temible. El problema de traducción de esta palabra (palabra doble, a nuestro parecer) es no menor, los sentidos que se manejan son principalmente dos, maravilloso y terrible, ¿con cuál nos quedamos?, ¿habrá alguna que exprese estas dos en sólo una expresión?

Cuando Antígona desobedece a Creonte, el coro entona un himno para cantar la astucia y la grandeza del hombre (Bowra)[14]

Sigue ahora aquel canto que habla de la peligrosa grandeza del ser humano, canto que una y otra vez ha querido relacionarse con esta o aquella parte de la acción de una manera especial. (Lesky)[15]

El siguiente episodio, separado del anterior por un canto a la gloria humana que no carece de un valor alusivo… (Reinhardt)[16]

Vemos ahora tres interpretaciones de los famosos versos 332 y 333 de la Antígona:

Muchas cosas son terribles-maravillosas, pero
ninguna es más terrible-maravillosa que el hombre.

La interpretación de Reinhardt es la que se apoya en el lado de lo maravilloso, mientras que la de Bowra y al de Lesky se van, por los dos lados, en el caso de Bowra y, por el lado de lo maravilloso pero dejando en claro que esto es un carácter peligroso, y que una y otra vez ha querido relacionarse con esta o aquella parte de la acción de una manera especial, en el caso de Lesky. Hemos de quedarnos con la más neutra y afín a nuestro pensar, y esta es la interpretación de Lesky. El peligroso carácter del ser humano. Además de esto dice:

En esa época cantó Sófocles el canto acerca de la siniestra facultad del hombre para ensanchar más y más las fronteras de su dominio dentro del reino de la naturaleza y llevar los signos de su soberanía hasta los confines del mundo. Este afán de conquista despierta en él (en Sófocles) asombro y miedo al mismo tiempo.[17]


Sófocles estaba asombrado-asustado por el carácter deinós del hombre, los 2 versos son expresión de su sentir más profundo. Nos parece adecuado traducir deinós por inquietante, porque esta palabra nos muestra el carácter del hombre, no sabemos cómo reaccionar ante él, pues es a la vez terrible y maravilloso, por eso inquietante, el ser del hombre, o mejor, nuestro ser, deinós, deja en la perplejidad absoluta, con asombro por un lado y con pavor por otro. Volviendo a las preguntas anteriores, ¿con cual nos quedamos a la hora de traducir?, respondemos desde ahora, inquietante. Según esto, Antígona, Ismena, y Creonte son claramente manifestaciones del deinós. Antígona hace algo terrible para Creonte, pero a la vez eso mismo que hace es maravilloso para ella, que mira pensando en la divinidad. Para Antígona lo que hace Creonte, dejar insepulto a Polinices es terrible, en relación a los dioses, pero eso mismo que hace Creonte es maravilloso para él. He aquí la unión y desunión, la multiplicidad y la unidad del deinós.

¿Quién determina que una acción sea maravillosa o por otro lado terrible? Esto nos hace introducir el término ‘mirada’, ¿Cuál mirada es la que está en la base de la afirmación de que esto o aquello es maravilloso o terrible? Por el término ‘mirada’ es como nace el problema de la interpretación de deinós, puesto que ¿algo maravilloso para la individualidad no es terrible para la mirada divina?, o ¿algo maravilloso par la mirada divina no es terrible para la individualidad? Vemos nacer con esto el antagonismo entre los imperativos humanos y los divinos, entre los preceptos efímeros y las normas eternas.[18] El egoísmo de Creonte versus la entrega de Antígona, la concepción de Antígona versus la de Ismena. El carácter deinós se nos aparece como una unidad, como hén, puesto que la acción o el ser del hombre, del ser humano es hén, pero al ser mirado desde fuera se transforma en esta palabra de doble significado, deinós.

Las oposiciones están claras, la de Creonte como la de la rigidez, la mezquindad, la ceguera de la edad, la afirmación del yo en nombre de la justicia hasta llegar a transgredir los preceptos divinos; la de Antígona como la del amor fraternal, el imperativo divino, la juventud y la entrega de uno mismo hasta el sacrificio[19]. Estas nos muestran las miradas de las que hablamos, la del yo y la de la entrega, la de lo terrenal y lo divino.

El asombro y temor de Sófocles que menciona Lesky está bien fundado, pero sólo se encuentra bien fundado par quien tiene las dos miradas en la mente, para quien piensa en sí mismo a la vez que piensa en lo supremo, para quien considera ambos aspectos de la realidad, puesto que si así no fuera, quien considere sólo el punto de vista egoísta será llamado Creonte, y por otro lado, quien considere sólo el punto de vista divino, será llamado Antígona. Hay que decidir en cada ocasión qué camino seguir, el camino maravilloso para la mirada de los dioses y terrible para la mirada del yo, o el camino maravilloso para el yo y terrible para la mirada de los dioses. Ambos caminos son hén, ambos son deinós.
[1] Karl Reinhardt, Sófocles, Editorial Destino, Barcelona, 1991, p. 95.
[2] C. M. Bowra, Historia de la Literatura Griega, F. C. E., México D. F., 2005, p. 75.
[3] W. Nestle, Historia de la Literatura Griega, Editorial Labor, Barcelona, 1951, p. 125.
[4] C. M. Bowra, Op. cit. p. 75. También Cf. A. Lesky, La Tragedia Griega, Editorial Labor, Barcelona, 1966. p. 129.
[5] Ibíd. p. 76.
[6] A. Lesky, La Tragedia Griega, Editorial Labor, Barcelona, 1966, p. 129.
[7] Karl Reinhardt, Op. cit, p. 100.
[8] Cf. F. R. Adrados, Sociedad, Amor y Poesía en la Grecia Antigua, Alianza Editorial, Madrid, p. 80, donde se dice que, “La mujer ara considerada, fundamentalmente, como un ser que es presa de instintos y emociones incontrolables y de pasiones múltiples. He aquí una breve exposición de los rasgos centrales del estereotipo: La mujer ríe y llora, grita, no razona. En el momento del peligro, todo lo que hace es gritar y lamentarse estorbando a la acción de los varones. Charla indefinidamente, curiosea por la ventana, se escapa con pretextos, no es confiable, es infiel, no cumple su palabra, es arrastrada por apetencias, como la comida, el vino y el sexo.” Y otras cosas más.
[9] Hay una distinción entre las mujeres en el mundo griego, unas son las esposas, dedicadas a la casa y el cuidado de la herencia, las esclavas, que eran usadas como querían los hombres y sus hijos no eran herederos, y las que ejercían la prostitución, o, lo que se conoce como las “otras mujeres”. Cf. F. R. Adrados, Sociedad, Amor y Poesía en la Grecia Antigua, Alianza Editorial, Madrid, pp. 79 – 100.
[10] Eurípides, Ion, 843 ss. Traducción de José Luis Calvo Martínez, en Eurípides, Tragedias, Gredos, Madrid, 2000. Tomo II, Heracles, Ion, Las Troyanas, Electra, Ifigenia entre los Tauros. También véase el yambo de Semónides donde dice de dónde han salido las mujeres, en H. G. Cataldo, Poesía Lírica Griega Arcaica del Siglo VII a. C., Antología de fragmentos, editado por el Centro de Estudios Griegos, Bizantinos y Neohelénicos “Fotios Malleros”, Universidad de Chile, Santiago, 1998, p. 54 – 57. y también la antología de J. Ferraté, Líricos Griegos Arcaicos, El Acantilado, Barcelona, 2000, p. 145 – 153.
[11] Cf. F. R. Adrados, Op. cit, p. 81.
[12] C. M. Bowra, Op. cit. p. 76.
[13] A. Lesky, Op. cit. p. 129.
[14] C. M. Bowra, Op. cit. p. 77.
[15] A. Lesky, Op. cit. p. 130.
[16] Karl Reinhardt, Op. cit. p. 108.
[17] A. Lesky, Op. cit. p. 130
[18] Cf. Karl Reinhardt, Op. cit. p. 98
[19] Cf. Ibíd. p. 96.

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